
¿AUTONOMÍA? SÍ, PERO CON RESPONSABILIDAD
Hace poco, en una empresa tecnológica que suele jactarse de su innovación, pero que parece que le gusta vivir en el pasado, conocí a una gerente de proyectos. Irradiaba pasión por su trabajo, de esa que se contagia y te hace pensar: “¿Estaré aprovechando mi potencial tanto como debería?”. Pero también estaba atrapada, no en una novela de misterio, sino en un laberinto corporativo de autorizaciones interminables. Cada decisión requería la firma de más personas que las que caben en una sala de reuniones. Resultado: proyectos retrasados y un equipo que había perdido más moral que un lunes sin café.
En una de nuestras sesiones de coaching, entre suspiros y frases como “no puedo más”, aterrizamos su frustración y la transformamos en una idea: ¿Qué tal si propones algo radical? Mayor autonomía, pero con responsabilidad. ¿Demasiado atrevido? Tal vez. ¿Necesario? Definitivamente.
Con valentía —y probablemente con un café doble en mano—, se presentó ante la dirección y lanzó su propuesta como quien se tira al agua sin saber nadar: un sistema que le diera a los equipos más libertad de decisión, pero sin descuidar el compromiso por los resultados. ¿Y qué hizo la dirección? ¡Le dijo que sí! Bueno, técnicamente implementaron una prueba piloto, pero eso ya es un gran sí en el mundo empresarial.
¿Los resultados? Equipos más ágiles, proyectos que fluían como río en temporada de lluvias y, lo mejor, un aumento en la moral tan alto que hasta los lunes se sintieron menos pesados. Todo esto nos dejó una gran lección: la autonomía, cuando se mezcla con responsabilidad, no es solo un concepto bonito para un libro de liderazgo; es el verdadero motor de una organización madura.
Ahora bien, te pregunto: ¿Cómo balanceas tú la autonomía con la responsabilidad en tu vida? ¿Eres de los que delega con confianza o prefieres que nadie toque “tus cosas”? Reflexiona un momento porque, spoiler alert, las respuestas dicen mucho sobre tu estilo de liderazgo.
Los líderes que inspiran —sí, esos que parecen sacados de una película, pero que sí existen— no solo gestionan tareas; ellos crean escenarios donde los equipos brillan. Saben delegar con confianza, empoderar a sus colaboradores y convertir los problemas en retos motivadores.
En mi experiencia como coach ejecutivo, cada sesión refuerza mi propósito: ayudar a personas y organizaciones a despertar su potencial natural de liderazgo para transformar su entorno con un impacto positivo. Porque, al final, ¿no es eso lo que todos queremos? Ser recordados, no por lo que hicimos, sino por cómo ayudamos a otros a crecer.